El altillo



Ella dormía en el altillo de una habitación alquilada; y como todas las tardes, esa tarde la despertó el gutural e incesante ruido de las palomas. Su cuerpo menudo y quebradizo bajó la escalinata, y como un fantasma recorrió el pasillo de la antigua casa, hasta llegar al cuarto de baño. Estaba cansada. La situación de convertirse en la amante de su mejor amigo, la había alejado del tiempo real. Despertaba cerca de las seis de la tarde, para volver a dormir a las nueve de la mañana.
Son tantas las cosas que de ellos se cuentan, que la verdad, no sé por dónde empezar…
Ella le conoció cuando aún era una niña. El era el chico más codiciado y cortés de aquella época.
El día que lo vio por primera vez, ella era nueva en el grupo . fue como una aparición: le vio cruzar por el umbral de la puerta y todo se tornó lento y espacioso. Sus pasos retumbaron dentro de su cabeza, como dentro de una iglesia vacía, hasta que inevitablemente llegó a su lado.
- ¿quién eres?- le preguntó, a lo que ella, impávida, se refugió con una sonrisa.
- Mi nombre es Carmen- respondió, y el vértigo cesó.

Siempre se les veía juntos. El le contaba sus conquistas y ellas recreaba sus historias entre carcajadas, como su mejor cómplice. Y así, lentamente el tiempo pasó.
Aquella noche, todo ocurrió sin explicaciones. Un par de miradas, otro mas de palabras y la magia de un instante se volvió de piedra. La noche se vistió de frac y escuchó los sonidos del amanecer. Todo así: como el tintinear de las gotas bajo la lluvia; como las calles, sin refugio; él rasgó sus ropas y ella no dijo nada.
Noche de estrellas ausentes, violencia de mares y sigilosas palabras, entumieron su vientre vacío, tras el oscuro recuerdo de sus historias.
Hubo amnesia y también mentira. Hubo cantos y gritos desesperados. Hubo atardecer, noche, crepúsculo. Hubo respiración y exhalación de cultos ritualicos.
Y entre las rejas del destino se escabulleron los momentos atrapados entre estupefacientes. Entre las gotas rodaban las borracheras sonrientes que corrían tras la escurridiza ventana que dejó la noche colgando de un hilo.
Pero ni ella ni el lograron entenderlo. Ni ella ni el pudieron responder a las preguntas del amanecer. El se durmió y ella se escabulló entre las sábanas. Vistió su cuerpo con agua fría, como queriendo congelar con esto, todos los golpes, las marcas y el dolor de su inútil castidad.
Sin embargo, aparentemente, nada cambió entre ellos. El siguió contándole sus historias y ella siguió riendo con un aire de complicidad. Mas, cada vez que se emborrachaban, el rasgaba sus ropas, y ella no decía nada.
Esa tarde, el llegó mas temprano que de costumbre. Carmen, aún dormía, como una gata, a dos metros de altura. El, sigilosamente subió por la escalinata; se sentó a su lado, tomo su mano, describió su rostro con una caricia y ella lentamente despertó.
-Te mentí- le dijo sin mas- desde la primera vez que te besé, no he vuelto a tener otra mujer. Esa noche, Carmen, lo mató.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

has tu comentario aquí